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Colombia: Reflexiones al Frente y a la Izquierda

Nuestras pupilas ya están lo suficientemente cargadas de hechos de represión estatal totalmente abominables. No quisiera cargar tintas sobre ese punto, ya lo sabemos, ya lo vimos, ya convivimos con eso en cualquier país latinoamericano. Quisiera en este brevísimo ensayo concentrarme en el problema de “la violencia” y la organización para que pueda ser leído rápidamente por cualquier compatriota colombiano que salga a la calle a luchar.



Nuestra América convive desde su parto con “la violencia”. Es parte de su tortuoso nacimiento. Los imperios precolombinos, la conquista (con todo lo que implica), las independencias de las burguesías y su posterior camino -violento- para convertirse en naciones capitalistas. La integración económica a un sistema que ya se había puesto en marcha casi cien años antes, esa incorporación tardía nos ha condenado a ser los competidores más atrasados en la carrera mundial por el apropiamiento de plusvalía. Las dictaduras violentas que vinieron a poner fin a la violencia y que lo lograron: los Estados Nacionales recuperaron ese monopolio e instalaron exitosamente una hipócrita ideología pacifista que deslegitima la violencia desde abajo y pondera la pax desde arriba. Nuestro horror a las masacres que vemos, no es mas que esa conciencia heredada. Nuestra estupefacción ante los muertos, mutilaciones, detenciones, desapariciones (y demás formas coercitivas) son un reflejo de la incorporación inconsciente de que “vivimos en paz”.


La paz no existe, es la violencia desde arriba la que nos mantiene en paz. Violencia ejercida cuando se descuentan los días de paro, cuando nuestro pueblo se muere de hambre, cuando nos manifestamos en las calles, cuando nos denigran por los medios masivos de comunicación y, por supuesto, cuando nos matan, violan, desaparecen, etc.

Nuestros pueblos todavía se estremecen cuando ven la represión brutal desatada contra las rebeliones de los últimos años (2019-2021). Las respuestas que hemos tenido han sido escasas. Cabe preguntarnos el por qué todo sigue relativamente igual, y es que no nos estamos dando cuenta de que el problema esta en el Estado.


Una lejana concepción weberiana nos dice que el Estado es el organismo que ejerce el “legítimo monopolio de la violencia”, entonces ¿Por qué nos quejamos? Si todos aceptamos que el Estado exista. Las elecciones no son más que una validación de el orden vigente, incluso el progresismo considera que desde el Estado se pueden hacer cosas muy buenas. Todo conspira para ocultar la tesis materialista de Lenin: El Estado es la herramienta por el medio de una cual una clase se impone sobre otra. En el Estado Moderno era la nobleza sobre la burguesía, y fue por medio de las revoluciones burguesas en que esta clase destruyó el Estado Absolutista para crear uno nuevo a su imagen y semejanza. Hoy en día, la burguesía ejerce su control sobre la clase obrera ¿Cómo? Por medio de consensos y, como vemos en los últimos días, la violencia.


La chispa que nació en Ecuador en 2019, se expandió por Chile casi como un fuego que arrastró también a Colombia, Perú y Bolivia nos demuestra una cosa: somos incapaces. Todas nuestras rebeliones fracasaron. Las opciones de reforma fueron mas fuertes que las de revolución social. Las masas estaban ganadas por la conciencia burguesa (y no es su culpa, mas bien lo contrario: son victimas de la violencia burguesa).


Ecuador, alzada contra el FMI termina votando a un banquero como presidente. Chile en contra de la falacia de la “casta política” ha convocado a un referéndum impulsado desde el Estado que vendrá a otorgar reformas parciales sin cuestionar mucho al Estado. Bolivia, alzada contra el MAS, gira a la derecha como opción potable solo para volver a un MAS de centro en 2020. Perú y su encrucijada por qué alguna vez los gobierno un presidente que no sea corrupto, como si la honestidad de quien maneje el Estado pudiera ocultar la deshonestidad de que haya niños en las plazas incaicas del Cuzco trabajando, o que las cholas deban ganarse el pan con un carrito, o que en el Callao la delincuencia sea una forma de supervivencia ni hablar de la droga, las comunidades agrícolas aisladas solo para ser una linda postal turística. Y, por último, Colombia, un país ganado por la violencia salió a reprimir en 2019 como lo hace ahora.


No voy a hacer un análisis profundo de la historia colombiana, eso lo dejo para otro momento, el o la colombiana al que le llegue este texto ya la conoce, no necesita que un argentino se la venga a contar. Puedo hablar de lo que vi, porque a veces las miradas ajenas nos ayudan a vernos de otra manera y desnaturalizar cosas que nos parecen normales.


No es normal que cinco soldados del ejército patrullen todas las mañanas el minúsculo pueblo de Jardín en Antioquia con sus armas largas frente a los chiquillos que montan los columpios de las plazas. No es normal que los soldados que custodian la Casa de Nariño sean solicitados para tomarse fotos por los turistas colombianos que pasean por La Candelaria en Bogotá. No es normal que los pelaos de Cartagena anden descalzos de Torices a Getsemaní buscando una moneda o un pan o “lo que sea que tenga ¡por favor!”. No es normal tampoco que exploten coches bomba en la academia de policía como en 2019. No es normal que firmen un tratado de paz solo para entrar con vía libre a las comunidades y asesinar a los desmovilizados. No son cosas para normalizar ni allí ni aquí (que también pasan algunas muchas de esas cosas).


Mientras el Estado siga existiendo viviremos en esta realidad. La tarea es terminar con él, así como lo hizo la burguesía en su momento, y ponerlo al servicio de la clase obrera. Eso significa el fin del Estado como tal. No habrá progresismo que nos salve, porque cuando se sientan amenazados volverán a reprimir y asesinar como ya lo hicieron y lo hacen, como en Argentina y Venezuela, por ejemplo, tampoco conocen de Derechos Humanos a la hora de defenderse. Esto es así porque los gobiernos progresistas siguen siendo burgueses y mantienen el orden social vigente. Ahí se termina el cuento, cuando nos chocamos con la realidad y las cosas se muestran tal cual son.


Colombianos, no repitan los errores de Chile, Ecuador, Bolivia y Perú. La tarea fundamental es la organización y la planificación, ustedes saben de eso, que no les hagan creer que no. La espontaneidad abre las puertas, pero tarde o temprano se desinfla porque todos somos explotados y algún día debemos volver a trabajar para subsistir. Los muertos ahogarán el grito en sangre, hará dudar a muchos de si es valido arriesgar la vida por… ¿Qué cosa? ¿Qué se vaya Duque? ¿Y después qué? Vendrá un Uribe al cual no le tiemble el pulso o quizás un Petro que sea del afecto popular pero que mantenga el régimen Estatal, que desinfle la movilización hasta poder volver a las andanzas como siempre. Hay que cortar el hilo, frenar la rueda de la historia. Si no estamos listos, quizás sea mejor volver a casa reorganizarse mejor para que todo el gasto de energía social y las vidas no se desperdicien en poca cosa. El pueblo colombiano tendrá la conciencia necesaria para evaluar esta propuesta. No toda retirada es una derrota, tampoco se propone una retirada sumisa y pasiva; sino una activa y consciente de la tarea a realizar. Perdón la crudeza de estas palabras que podrían aplicar a cualquiera de nuestros países (también es la tarea en Argentina). Volver a casa para organizarse mejor, salir más adelante para golpear fuerte y para siempre. El objetivo: el socialismo real desde las bases, eliminando la propiedad privada de los medios de producción, concentrándola en un Estado nuevo que no sea para la represión sino para la organización de la producción que garantice la satisfacción de todas las necesidades y la igualdad entre las personas para gozar de la libertad plena que ello supone.


Estas palabras son escritas con mucho dolor, bronca y rabia para uno de los pueblos mas bellos que conocí. Espero no ofender a nadie y en todo caso poder abrir una línea de debate constructiva.


Pablo Javier Coronel

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