top of page
06ec4b_fca26b446a664af5b9ed025c9aae2162~mv2.jpg

Chile en la Encrucijada Electoral | Huellas de la Historia

Dicen que la mañana del 14 de diciembre amaneció con un silencio distinto. En las calles de Santiago —y de tantas otras ciudades del país— no había tanques ni toques de queda, sino filas. Filas largas, pacientes, contenidas. Personas mayores que habían votado antes del golpe de 1973 y jóvenes que lo hacían por primera vez. Algunos llevaban el recuerdo fresco del miedo; otros, una esperanza casi incrédula. Chile votaba nuevamente para elegir a un presidente, y lo hacía después de diecisiete años de dictadura militar.


ree

Para entender la importancia de esa jornada hay que retroceder un año. El plebiscito del 5 de octubre de 1988 fue el punto de inflexión. Convocado por la propia Constitución de 1980, impuesta por el régimen militar, el país debía responder una pregunta aparentemente simple:


¿Augusto Pinochet debía continuar ocho años más como presidente?

El “NO" —contra todo pronóstico oficial— se impuso con un 55,99 % de los votos. No fue solo una derrota electoral para el dictador; fue una demostración de que la sociedad chilena había logrado articularse políticamente pese a la censura, la represión y el miedo acumulado. Campañas creativas, unitarias y cargadas de simbolismo —“La alegría ya viene”— lograron transformar el voto en un acto de valentía colectiva.

Sin embargo, el plebiscito no significó una ruptura inmediata con el régimen. Fue, más bien, una transición pactada, cuidadosamente delimitada por las reglas escritas por la dictadura. Tras el triunfo del No, se abrió el calendario electoral: elecciones parlamentarias y presidenciales fijadas para diciembre de 1989, con Pinochet aún como comandante en jefe del Ejército y con una Constitución que blindaba buena parte de su legado.


Los primeros pasos se habían dado pero ahora tenían que ganar la elección las fuerzas civiles contrarias al régimen. La oposición entendió pronto que la unidad sería clave. Así nació la Concertación de Partidos por la Democracia, una coalición amplia que iba desde la Democracia Cristiana hasta sectores socialistas y socialdemócratas. Su candidato presidencial fue Patricio Aylwin, una figura moderada, con trayectoria institucional y un discurso centrado en la reconciliación, la legalidad y la recuperación democrática.


En la vereda opuesta, la derecha concurrió dividida. Hernán Büchi, exministro de Hacienda de Pinochet, representaba la continuidad del modelo económico del régimen, aunque intentó marcar distancia del autoritarismo más explícito. También compitió Francisco Javier Errázuriz, un outsider empresarial que capturó parte del voto descontento.


La campaña se desarrolló en un clima inédito: aún tenso, pero con espacios de libertad que no existían desde 1973. La televisión volvió a ser un campo de disputa política, los actos públicos crecieron y el voto se transformó, otra vez, en una conversación nacional.


El 14 de diciembre de 1989, la participación fue masiva. Más del 90 % del padrón electoral acudió a las urnas, una cifra que reflejaba no solo interés político, sino también conciencia histórica: votar era reafirmar que el plebiscito no había sido un accidente, sino el inicio de un proceso irreversible.


Un dato destacable es que las Fuerzas Armadas permanecieron acuarteladas, cumpliendo —al menos formalmente— un rol no deliberante. No hubo intentos de desconocer los resultados ni interrupciones del proceso, algo que muchos temían silenciosamente.


Esa noche, los resultados fueron claros:


  1. Patricio Aylwin obtuvo cerca del 55,2 % de los votos.

  2. Hernán Büchi, alrededor del 29,4 %.

  3. Francisco Javier Errázuriz, cerca del 15 %.


Chile había elegido democráticamente a su presidente por primera vez desde Salvador Allende en 1970.


Formalmente, la dictadura de Augusto Pinochet terminó el 11 de marzo de 1990, cuando Aylwin asumió la presidencia. Pero sería un error pensar que el 14 de diciembre de 1989 cerró definitivamente ese capítulo.

La transición chilena estuvo marcada por lo que muchos llamaron “democracia tutelada”. Pinochet continuó como comandante en jefe del Ejército hasta 1998 y luego como senador vitalicio. La Constitución de 1980 siguió vigente, con senadores designados, altos quórums para reformas y un Tribunal Constitucional con amplias atribuciones. El modelo económico neoliberal, instaurado durante la dictadura, se mantuvo casi intacto. Así, la elección de 1989 fue simultáneamente una victoria y un límite: el fin del gobierno militar, pero no del poder militar; el regreso de la democracia, pero bajo condiciones impuestas por el régimen saliente.


Hoy, a más de tres décadas, las rémoras de aquel régimen dictatorial que dejo su impronta en la política pero también en la sociedad chilena, vuelven a la primera plana. En este emblemático día los chilenos vuelven a las urnas para definir su futuro con una amplia fuerza de ultraderecha que surgió como reacción a un doble fenómeno: la revuelta de 2019 y el deslucido gobierno de Boric. La incapacidad de ganar el debate mediático para modificar la constitución de Pinochet y la profundización de problemas inmediatos como la inseguridad están haciendo peligrar la experiencia de centro-izquierda que promete los cambios profundos en la matriz social chilena.


Hoy se le pide a los chilenos un voto de fe y confianza para evitar que el país caiga en manos de los mismos de siempre, de la casta de militares y curas descendientes de la Alemania Nazi. Nunca fue tan clara la filiación política de la derecha en el extremismo de sus posturas. Hoy le pedimos ese esfuerzo a los chilenos de la Araucanía, al obrero del cobre del norte, al de las callampas, a los de los cerros de Valparaíso, a los pescadores de Coquimbo, a los pobladores de Cerro Dragón en Iquique, a los que resisten la frontera en Arica. Hoy es por Chile y es por todos.


Pablo Javier Coronel

Huellas
Artículos Recientes
Archivo
Seguinos
  • YouTube
  • Instagram
  • Spotify
  • Facebook
Buscar por Etiquetas
bottom of page