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Revolución China: ¿Fue el Triunfo de una Revolución Campesina? | Huellas de la Historia

China siempre ejerció una fascinación particular en Europa. Desde los relatos de Marco Polo hasta la ruta de la seda, el Imperio del Centro aparecía como un mundo enigmático, inmenso y organizado sobre una tradición política milenaria. Durante el siglo XIX, esa imagen comenzó a resquebrajarse. Inglaterra, convertida en potencia industrial y comercial, buscó abrirse paso en el mercado chino. El choque no tardó en llegar.


Las Guerras del Opio marcaron un antes y un después: entre 1839 y 1860, el Imperio británico y luego otras potencias europeas lograron imponer tratados desiguales, abrir puertos, ocupar territorios y someter a la dinastía manchú a una humillación constante. Francia, Alemania, Japón y Estados Unidos siguieron el mismo camino. La consecuencia fue doble: por un lado, el surgimiento de una burguesía local vinculada al comercio exterior; por el otro, un proceso de proletarización campesina y obrera que minó las viejas estructuras feudales ¿Podía un país sometido al imperialismo y gobernado por una dinastía decadente reinventarse desde abajo?


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El siglo XX abre la puerta a la rebelión


En 1911, tras siglos de dominio imperial, la dinastía manchú cayó y se proclamó una República. Sun Yat-sen, líder del Koumintang (KMT), asumió la presidencia con la difícil misión de unificar el país. Sin embargo, los señores de la guerra, los latifundistas y las potencias extranjeras no estaban dispuestos a ceder poder.


Mientras tanto, nuevas voces comenzaban a escucharse. Universitarios, intelectuales y obreros miraban hacia Europa y Rusia, inspirados por ideas nacionalistas y socialistas. En 1921, con el apoyo de la Internacional Comunista, nacía el Partido Comunista Chino (PCCh). El país se convertía en un hervidero: huelgas, manifestaciones y boicots, como el levantamiento del 4 de mayo de 1919, anunciaban que la sociedad china estaba cambiando para siempre.


La gran pregunta seguía siendo: ¿Quién conduciría esa transformación? ¿La joven clase obrera urbana, o los millones de campesinos que habitaban el vasto territorio chino?



De la esperanza a la guerra civil


La muerte de Sun Yat-sen en 1925 dejó el liderazgo del KMT en manos de Chiang Kai-shek, quien decidió apostar por la fuerza militar. Si bien en un inicio hubo cooperación con los comunistas, pronto esa alianza se quebró de manera sangrienta. La Masacre de Shanghái de 1927, donde miles de obreros y militantes fueron asesinados, marcó un giro decisivo: el KMT se aliaba con los grandes terratenientes y empresarios, dejando a los comunistas en la clandestinidad.


Tras varios fracasos en intentos de insurrección urbana, la estrategia comunista se volcó al campo. Mao Tse-tung y Chu Teh impulsaron la organización campesina en las llamadas “bases rojas”. El campo chino, empobrecido y castigado por los latifundios, se transformó en el nuevo motor de la revolución. La Larga Marcha (1934-1935) consolidó a Mao como líder indiscutido y simbolizó la capacidad de resistencia del PCCh.


La invasión japonesa en 1937 volvió a cambiar el tablero. Bajo presión, el KMT debió aceptar un frente común con los comunistas. Mientras Chiang titubeaba, los ejércitos populares ganaban prestigio en el campo por su disciplina y por implementar reformas sociales básicas, como la redistribución de tierras.



El triunfo de 1949


Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la tensión interna se reanudó. La guerra civil entre el KMT y el PCCh entró en su fase final. Los comunistas contaban con la adhesión masiva de campesinos y obreros, mientras el KMT arrastraba la corrupción y el desgaste de décadas de alianzas con terratenientes y potencias extranjeras.


En 1949, tras una serie de victorias militares, las tropas del Ejército Popular de Liberación entraron en Pekín. Ese octubre, Mao proclamó la República Popular China. El país, devastado por la guerra, quedaba bajo un nuevo régimen que prometía reconstrucción, justicia social y un camino hacia el socialismo.



¿Fue una revolución campesina?


La Revolución China no puede reducirse a un único actor. Es cierto que el campesinado fue el sostén decisivo, sobre todo en los momentos más duros. Pero sin la organización política del PCCh, el ejemplo de la Revolución Rusa, el apoyo de los obreros en las ciudades y la coyuntura internacional, difícilmente se habría logrado la victoria.


La revolución fue, más bien, el resultado de un cruce histórico entre campesinos empobrecidos, obreros explotados y un partido que supo transformar esa energía en proyecto político.


Entonces, ¿el campesinado puede hacer una revolución en China?


La respuesta es compleja: el campesinado fue protagonista, pero no actuó en soledad. Fue la alianza con sectores obreros y la conducción estratégica del Partido Comunista lo que permitió que, en 1949, un país desgarrado por invasiones y guerras internas diera nacimiento a la República Popular China.


En ese sentido, la experiencia china muestra algo único: un pueblo campesino que no solo sostuvo la lucha, sino que se convirtió en la columna vertebral de una revolución que cambió el rumbo del siglo XX.


Pablo Javier Coronel


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