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Inglaterra y Francia: Revoluciones en Perspectiva

Las Revoluciones Inglesa y Francesa son procesos históricos complejos en donde intervinieron una diversidad de actores con diferentes intereses e ideologías que se pusieron en juego para transformar la sociedad anterior y que generaron enfrentamientos decisivos dentro de las mismas revoluciones. El trastocamiento de los valores tradicionales y del aparato político-social que los sustentaba y la construcción de una nueva sociedad, generó un amplio espacio para que distintos sectores interpretaran y actuaran para moldear esa nueva realidad. Evaluar ambos procesos de forma adecuada teniendo en cuenta esta complejidad de sus dinámicas resulta inabarcable en este trabajo. Es por eso que enfocaré específicamente en los procesos de radicalización de ambas revoluciones y puntualmente, en la participación de los “sectores populares” en dichas radicalizaciones, dejando de lado otras cuestiones que atañen a la cuestión.

En primer lugar, considero pertinente aclarar qué entendemos por radicalización. Es importante observar que el término radical tiene connotaciones múltiples según el contexto, la línea historiográfica (como vemos en las discusiones entre Israel, Lilti y Nesbitt, por ejemplo[1]), el proceso histórico analizado, y la interpretación de los mismos actores. Por ende, es fácil caer en la ambigüedad de lo que significa “radical” o en el anacronismo de la visión contemporánea, intentando insertar la “radicalización” de antaño en los moldes de la ideología radical actual, asociada normalmente a la izquierda política del siglo XX. Según la Real Academia Española, radical significa “partidario de reformas extremas” o “total o completo”. Siguiendo esta definición, observamos que en todos los casos de radicalización encontramos un cambio (o el intento del mismo) que pretende transformar la sociedad anterior de raíz (de allí su etimología). Por ende, para evaluar las revoluciones Inglesa y Francesa es necesario situarlas en su debido contexto para entender, en el lenguaje propio de sus contemporáneos y en sus propias mentalidades, qué era lo que querían “romper de raíz” y transformar los grupos más radicales.

En segundo lugar, y como ya he mencionado, este trabajo se enfocará en qué buscaban los radicales provenientes de los sectores sociales “populares”, usando como base los textos de Christopher Hill y Haim Burstin. Esto no significa que no haya habido otros sectores involucrados en ambos procesos ni mucho menos en las etapas más radicales de cada Revolución (la República Cromwelliana en el caso inglés, y el jacobinismo en el caso francés), sino que intentaré rastrear cómo se involucraban estos sectores en ambos procesos, cómo se vinculaban con la radicalización “desde arriba” y las elites revolucionarias respectivas (el Parlamento y la Asamblea) y en qué cosas diferían (sus lenguajes, sus proyectos y sus reclamos autónomos). Mi hipótesis es que la mayor radicalización de ambas revoluciones surge justamente “desde abajo”, desde estos sectores sociales más desfavorecidos o marginados, articulados por ideologías y proyectos ciertamente radicales para la época pero que no lograron triunfar por el temor de las elites revolucionarias y contrarrevolucionarias que “desde arriba” impusieron un límite a estas pretensiones radicales.

Veremos que los dos casos no son iguales en este sentido: mientras que en el caso inglés, los movimientos radicales “desde abajo” están mucho más definidos en sus proyectos políticos pero no llegan nunca al poder, en el caso francés, la dirección “desde arriba” fue mucho más radical en sí misma pero coartó en gran medida la posibilidad de un proyecto autónomo “desde abajo”. Sin embargo, considero como contraparte de mi hipótesis, que estos momentos de mayor radicalización “desde arriba” fueron los que permitieron surgir los movimientos radicales, al menos como alternativa política a la revolución en curso, y demostraron que las masas[2] tuvieron no solo participación política en dichos períodos sino sus propios proyectos[3] o soluciones políticas revolucionarias. En algún punto, cabe preguntarnos si no es justamente la radicalización tan extrema de estos sectores populares y la posibilidad del movimiento de masas el que da fuerza, por temor de las elites, a los movimientos contrarrevolucionarios poderosos que terminan retrocediendo en muchos de los logros de los radicales “desde arriba”: la Restauración Monárquica en 1660 en Inglaterra y Termidor (luego Napoleón) en Francia. Si bien no pretendo responder a esta pregunta de forma acabada sino abrir el interrogante, me parece importante tener en cuenta la relación dialéctica de toda revolución y contrarrevolución[4] que, para los casos analizados aquí, resultan ser facciones contrapuestas entre miembros de un mismo sector o “clase”[5] social (incluso dentro del mismo bando revolucionario), que ante la posibilidad de una radicalización mayor “desde abajo” prefieren, en los momentos más crudos de ambas revoluciones, unificarse.

Por último, me resulta importante aclarar que es posible que la visión de este trabajo resulte algo sesgada por el límite de la bibliografía analizada y es necesario que sea luego comprobada con una mayor indagación en fuentes relacionadas directamente a los sectores populares, ya que varios de los autores estudiados debaten las cuestiones intraélite, u observan el comportamiento de las masas desde la perspectiva de aquella revolución “desde arriba”.


Primer caso: Revolución Inglesa


Según Wanzer, la ideología radical y revolucionaria surge justamente como contraparte de la modernización[6]. Para el autor, la primera ideología radical (o el caldo de cultivo para la radicalización de la política) es el Calvinismo, que se manifiesta especialmente en la Revolución Inglesa de 1640. Sintetizada, esa radicalización implica una verdadera transformación de la sociedad a partir del asesinato del rey Carlos I, la politización de un ejército creado exclusivamente contra el Rey, el esfuerzo de crear nuevas leyes (y cuestionar las existentes), la participación de personas que hasta entonces habían sido pasivas y apolíticas y la “toma de conciencia aguda e insistente de que la reforma era necesaria y posible”.[7]

Debemos entender, entonces, en qué marco se sitúa la Revolución Inglesa de 1640 para comprender la transformación radical de la sociedad que ella implica, más allá de los “retrocesos” que haya impuesto la Restauración. En este marco, toda la política se tiñe de lenguaje religioso: en primer lugar, por la característica religiosa del conflicto (entre el rey Carlos I y su acercamiento al catolicismo y el grupo parlamentario ciertamente anti-católico)[8] que se traduce en un conflicto político. Como sostiene Brenner,“en este contexto, las diferencias en materia religiosa pasaron a percibirse como el centro del conflicto porque se consideraban inseparables de las diferencias fundamentales sobre la naturaleza del estado”.[9]

En segundo lugar, porque para el siglo XVII, la religión no era solamente un asunto más de la vida cotidiana, sino que en dichas sociedades teñía todos los aspectos de la vida social y política. El lenguaje de las sociedades feudales y de las monarquías era necesariamente religioso ya que hasta entonces se había justificado y legitimado por Dios. Es el parlamento inglés, en este contexto, el que introduce –o más bien, redefine- concepciones y principios como el de soberanía popular y el imperio de la ley (que si bien sigue derivando en última instancia de Dios, es ahora humana y civil) y en ese sentido, es absolutamente radical, cuanto pone “de cabeza” todo un sistema de creencias y legitimaciones que avalaban el orden político y social vigente. Por supuesto que esta transformación radical se llevará a cabo como transición, y el lenguaje y los objetivos políticos se irán transformando con los hechos. Pero tan pronto como en 1628 vemos algunos de estos principios en la Petition of Rights (la idea de usar argumento legítimo “la ley” frente a una prerrogativa del rey resulta, cuanto menos, novedosa: “Todo esto demandan humildemente a V.M. como sus derechos y su libertad, según las leyes y los estatutos de este reino.”[10]). El sistema inglés se basaba en el contractualismo, por lo que si el Parlamento o el Rey incumplían su parte del contrato, la otra parte tenía derecho a reclamo. Y la disolución del Parlmento llevaba, cuanto menos, a contravenir esta norma consuetudinaria esencial.[11] Es claro que de allí a la transformación extrema que defiende Wistanley hay un abanico de posibilidades, pero debemos entender que ya el mismo cuestionamiento a la monarquía y a su principio de legitimación divino (o la superioridad de la ley humana sobre la ley de Dios) es en sí misma una novedad y un gran desafío para la época. La utilización del lenguaje y la justificación religiosas no le quitan su aspecto “radical”, sino que se insertan en el marco de la época. Pero romper con estos fundamentos clave de la sociedad establecida es un arma de doble filo para las elites parlamentarias que comienzan el conflicto, puesto que abre las puertas a todo un espectro de posibilidades para reemplazar dichos fundamentos y crear una nueva sociedad. Con la Revolución Inglesa, sostiene Hill, todo parecía posible, porque “no solo se pusieron en cuestión los valores de la vieja sociedad jerárquica, sino también los nuevos valores, la misma ética protestante”.[12]

En ese sentido, y si vemos la Revolución como un todo antes de enfocarnos en los movimientos radicales minoritarios, hay varios puntos de quiebre que van marcando el camino de la radicalización. El primero es 1642, cuando el Parlamento promulgó la Ordenanza de la Milicia, lo que implicaba dos novedades: que el Parlamento actuó sin la presencia del rey y que se dotó de autonomía militar. En seguida, y a raíz del enfrentamiento entre Manchester y Cromwell, hubo un segundo punto de radicalización: la creación del New Model Army[13], cuyo soldados, provenientes de las clases populares en su gran mayoría, serían “sometidos a un intenso adoctrinamiento calvinista” pero también a una gran politización. Será dentro de este Ejército que se dará el famoso “Debate en Putney” en 1647, el tercer punto de radicalización. Allí se discutió la elección de los cargos militares por los soldados rasos y se presentó el Agreement of People, un borrador de constitución republicana.” El quiebre final ocurrirá cuando las cámaras aceptaron nuevos contactos con el rey y el NMA intervino directamente, lo que se llamó la Purga de Pride. Inmediatamente, como sabemos, el Ejército se hizo con el poder, se juzgó a Carlos I y finalmente el rey fue ejecutado. Así, se abrió el espacio a la mayor radicalización “desde arriba”, con la instauración de la República bajo el liderazgo de Cromwell hasta 1653, cuando, por temor a la mayor radicalización de la Revolución, Cromwell convirtió a la República en un Protectorado. [14]

Ahora bien, como anticipé, la radicalización “desde arriba” abrirá los espacios para la manifestación de ideas más radicales surgidas ya no de la elite sino del “pueblo llano”. No quiero decir, entonces, que estas ideas hayan surgido en 1649 ni que las masas no participaran de la Revolución hasta entonces. De hecho, las tropas del New Model Army eran en sí mismas tomadas de los sectores populares y existieron antecedentes de movimientos radicales tan temprano como en la década de 1620 con el movimiento popular londinense liderado por mercaderes ultramarinos.[15] Brenner describe con detalle la importancia de este movimiento y el vínculo entre los líderes parlamentarios y estos grupos urbanos, relación que será similar al vínculo entre el jacobinismo y los sans-culottes. En cierta manera, lo que demuestran Brenner para el caso inglés y Burstin para el caso francés es cómo elite revolucionaria y masas se condicionan y legitiman sin ser nunca una misma cosa. Es decir, no hay un liderazgo unilateral por parte de las vanguardias sobre las masas movilizadas, ni tampoco las masas logran imponer todos sus reclamos –pero sí muchos de ellos y a través de una gran presión- a las revoluciones “desde arriba”. Pero sobre el caso francés volveré más adelante.

Las masas londinenses provenían “principalmente de los gremios de los tenderos, marineros, artesanos y trabajadores manuales”, y eran lideradas por los nuevos mercaderes.[16] Si bien en un principio la alianza entre el Parlamento y el movimiento londinense generó rupturas dentro de la misma clase parlamentaria, finalmente esta clase entendió la amenaza que significaba para la jerarquía y el orden político, lo que en su momento le dio mayor poder a la Corona.[17]

Pero para 1649, movimientos aún más radicales surgieron “desde abajo”: los niveladores (levellers), los cavadores (diggers), los seekers, la Quinta Monarquía y los ranters. Algunos se articularon como sectas religiosas pero otros –especialmente los levellers y los diggers- presentaron un verdadero programa político.[18] Estos movimientos o revueltas son los que Hill define como la revolución que nunca estalló y que “pudo haber establecido la propiedad comunal y una democracia mucho mayor en las instituciones políticas y legales, pudo haber acabado con la Iglesia estatal y arrinconado la ética protestante.”[19] Los levellers “constitucionales” buscaron la ampliación de los derechos políticos en Inglaterra a través del sufragio universal masculino. Pero los diggers fueron mucho más allá de un planteamiento puramente político, sobre todo a partir de las ideas de Winstanley para la creación de una sociedad comunista. Los diggers, según sostiene Hill, fueron los “verdaderos niveladores”, puesto que se interesaron “menos por las cuestiones constitucionales y más por las económicas, por la defensa del pobre contra el rico”.[20] En este sentido, los levellers no eran tan radicales como los diggers, ya que no extendían el derecho político a toda la población ni cuestionaban en sí misma la sociedad que se estaba creando.[21] El debate de Putney ejemplifica con claridad esta opinión. En él, cuando Ireton acusa a Rainborough de propulsar la anarquía, este último se excusa. Y el mismo Cromwell dice estar “descontento” con la propuesta más radical de Sexby, quien defiende la extensión del derecho a votar a los pobres y hombres sin propiedad justificándose en la participación activa de los sectores populares en el Ejército.[22] En cambio, el texto de Wistanley va mucho más allá al atacar directamente a la propiedad privada como la causa de “todas las opresiones, guerras y problemas del mundo”[23] y pretender, en el establecimiento de su modelo de Commonwealth, la prohibición explícita de la compra y venta de tierras y productos (“si el Commonwealth puede ser gobernado sin el comprar y el vender, aquí hay una plataforma para su gobierno, que es la antíquisima ley de la justicia de la humanidad en el uso de la tierra, y que es la verdadera cima de sus libertades.”)[24]. Aquí, los principios de la Revolución “de arriba” son utilizados para justificar la radicalización propuesta: libertad, la ley natural y la justicia.


Segundo caso: Revolución Francesa


¿Que era el radicalismo para el caso de Francia? Si la entendemos como la ruptura del orden anterior, el Antiguo Régimen, toda la Revolución es radical, ya que aquí lo que se busca y se logra es la abolición del feudalismo, de los privilegios y de la sociedad estamental.[25] Pero más allá de esta ruptura, los distintos actores de la Revolución Francesa tuvieron sus propios programas políticos que en ocasiones fueron definiendo a medida que avanzaban los hechos, y que se pondrán en juego en distintos momentos. Si nos centramos en la ideología que sustenta los cambios de la Revolución Francesa, ya no encontramos como en Inglaterra el predominio de lo religioso sino la vinculación ya conocida con la Ilustración.

Todos los sectores sociales involucrados en el proceso utilizarán los principios de la Ilustración para fundamentar sus acciones y sus programas, la diferencia está en la interpretación que hacen de esos principios y hasta donde eligen llevarlos. Podríamos resumir ese cuerpo de principios en la voluntad general única e indivisible, la soberanía popular, el contrato social rosseauniano (que permite superar el caos del estado de naturaleza), la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todos ellos están guiados por la razón, que determina la ley; ley que debe ser igual para todos, y ya no del mandato divino. Lo que instaura el modelo político francés a partir de estos ideales es lo que Rosanvallón llama la “cultura de la generalidad”, por la que la nación se afirma en la revolución como una totalidad, y supera a las partes. O, siguiendo a Rosseau, las voluntades particulares son sometidas a la voluntad general que es la que aboga por el bien la sociedad. Una cita del autor resume la idea central de la Ilustración: “cada cual pone en común su persona y su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es considerado como parte indivisible del todo”.[26]

Pero en la práctica estos conceptos no están rígidamente definidos y son puestos en práctica de distintas maneras. Además, los representantes de la Asamblea sostienen que la ley debe ser lo más concisa y general posible, por lo que muchas situaciones concretas dependen de la interpretación que de ella se haga, como ocurre con la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.[27] En otras palabras, “el verdadero desafío es el de la representación del pueblo. Pero ¿dónde está el pueblo? ¿quién es el pueblo?”.[28] La respuesta a estas preguntas definirá en gran medida la actuación de los distintos grupos revolucionarios, que sumirán a Francia en, aparentemente, el estado de naturaleza que temía Rosseau.

Ahora bien, mucho antes del período de mayor radicalización del proceso (la República jacobina entre 1793 y 1794), la participación política de las masas es un elemento fundamental de la Revolución. Sin embargo, en el caso francés la movilización de los sectores populares no encuentra un programa político tan claro como el de Winstanley ni una dirección propia; en parte porque serán mejor controladas “desde arriba” y en parte responde al carácter mismo de la Revolución. En este caso, los sectores populares no se mueven por las discusiones ideológicas de las elites, sino que parecen llevar los principios a la práctica directamente movilizados por otros motivos: la crisis económica y social, el fervor revolucionario y la guerra, que exaltará la radicalización popular. La primera impresión es que las masas apoyan a las elites revolucionarias. Pero en realidad y siguiendo a Furet, son las masas –en especial las urbanas- las que imponen y condicionan la actuación de las elites revolucionarias, cuyo apoyo a los grupos populares generará divisiones al interior de la Asamblea, como había ocurrido en Inglaterra al acercarse el Parlamento a las masas londinenses. Al igual que en Inglaterra, “los diputados vacilan ante la irrupción de las masas, pero encuentran que restablecer el orden por la fuerza equivale a romper el frente común y ponerse a merced del rey.”[29] La realidad es que estas masas no actuaron simplemente manipuladas por esos líderes, sino que lo hicieron por sus propios intereses y reclamos. En este sentido, podemos entender la Revolución Francesa como “un nudo de movimientos simultáneos movilizados por determinaciones diferentes.”[30]

Sin embargo, el movimiento de masas no es un movimiento unificado y se irá transformando con el tiempo. Por un lado, los campesinos que en 1789 se levantan seguidos por el “gran miedo”, luego se alían con la burguesía tras la abolición del régimen feudal y la venta de los bienes de la iglesia[31] y finalmente, un grupo se levanta del lado de la Contrarrevolución en La Vendeé. Por su lado, las masas urbanas se movilizan en distintas ciudades y no solo en París. Sin embargo, la sublevación parisina es la más estudiada, y después de la Toma de la Bastilla, se constituye “como fuerza autónoma y permanente, no solo contra el rey, sino también frente a la Asamblea”.[32] En 1790 la participación popular se da a través de las asambleas primarias, que personifican la soberanía popular. Más adelante, el movimiento de esas secciones parisinas y su constante presión fuerza a la Asamblea a avalar una política que prefigura el Terror.

La radicalización de las masas y de la Revolución en general se dará sobre todo a partir de la guerra. A través de ella, la nación se convierte en el modelo ideológico por excelencia que unifica a las clases ilustradas con las clases populares. En ese sentido, sostiene Furet que “los franceses han sido los primeros que han integrado a las masas en el Estado, que han formado una nación moderna.”[33] La guerra es popular; al igual que en Inglaterra, toma a sus soldados de los sectores populares. Y a su vez, fuerza una situación de hambre que mueve a las masas parisinas. Pero, como dijimos, las masas no responden directamente al gobierno revolucionario. Durante el período más radical, el gobierno montagnard aparece más bien como “árbitro de una alianza que agrupo al mismo tiempo a los parlamentarios de la Llanura y a la plebe urbana”[34] y a la vez, no se dispone a ceder completamente a las exigencias de la calle.

El gobierno jacobino toma del modelo popular parisino varios elementos, algunos por extensión y otros, parece, por presión. Incluso, como explica Tackett, el Terror parece provenir del temor a la conspiración, típico de las clases populares, que se extiende a las elites[35]. De hecho, la vigilancia y el intervencionismo ciudadano ya eran practicadas por las masas parisinas antes de la época del Terror.[36] En política social y económica, el gobierno revolucionario sigue una “anticipación” de una economía dirigida. Esto, sostiene Furet, era más un “viejo anhelo de reglamentación de la plebe urbana” que a un programa jacobino y responde en gran medida a las necesidades de la guerra. Según Burstin, los jacobinos comprenden la necesidad del consenso popular y por ello asumen “un cierto numero de reivindicaciones populares con el propósito de asegurarse el consenso y establecer con el pueblo de París una relación privilegiada”.[37] Pero ni la vanguardia ni las masas actúan por si solas, durante el jacobinismo la Revolución “de arriba” y la “de abajo” se vinculan de forma dialéctica y se condicionan y legitiman mutuamente. Por un lado, el recurso al pueblo implica necesariamente la cuestión de la violencia y de radicalización, y por otro, permite a Robespierre y sus aliados controlar a la plebe urbana. Para ello, utiliza varias estrategias: el control indirecto a través de los líderes locales de las barriadas; la referencia al pueblo en los discursos[38]; algunas concesiones a los reclamos populares (como la ley de precios máximos); y la creación de un tipo ideal de clase popular dentro de límites determinados y permitidos, con la “invención” del sans-culotte.[39]

El programa jacobino sí es radical –sobretodo si lo consideramos en su contexto-, en cuanto sostiene el sufragio universal masculino (contra el voto censitario), incorpora claramente a los sectores populares en el Estado como funcionarios y hace amplias concesiones económicas (como la ley de precios máximos). Sólo frente al extremismo del herbertismo lleva a la dictadura de Robespierre y a “congelar” la revolución, en palabras de Saint-Just. Esto le hace perder sus bases sociales y, de alguna forma, lo condena. La conclusión es que la relación entre la vanguardia y las masas no dejó de ser nunca conflictiva y estar marcada por la desconfianza, pero ambas se necesitaban mutuamente.

Por último, cabe destacar para el caso francés cómo los principios de la Ilustración se ven reflejados en este período de radicalización y específicamente en los sectores populares. Mientras que en 1791, “el tema de la exclusión de los derechos de ciudadanía no era todavía la consigna predilecta de los excluidos”[40], durante la República jacobina se convertirá en algo central. Así, la democracia y la soberanía popular se ponen en primer plano, y sin embargo, la democracia ya había sido ejercida en la práctica en la calle, en las asambleas y secciones barriales, donde también aparecía en primer lugar el principio de la fraternidad como forma de reemplazar a esos lazos comunitarios de antaño. La consecuencia de esta democracia que Rosanvallon llama “inmediata” es que “rechaza toda reflexividad de lo social”[41]. Es en ese sentido que la dinámica revolucionaria tiñe de cierto espontaneísmo a las masas francesas y parece impedir la creación de programas políticos concretos.


Conclusión


Tanto en la Revolución Inglesa como en la Francesa, la participación de las masas resulta fundamental y condiciona los hechos. Pero también, en ambas, la mayor radicalización vendrá de parte de estas mismas masas, que con sus reivindicaciones empujan más allá los límites de lo conseguido por las elites revolucionarias. En ambos casos, los sectores populares aprovechan el mismo lenguaje y principios revolucionarios para su propia interpretación. La Revolución parece demostrarles a esos sectores que están protagonizando un período histórico único[42], y les da pie para reclamar sus propios derechos. Sin embargo, esos mismos principios ideológicos y las características propias de cada Revolución determinarán el grado de radicalización de las masas y las diferencias entre un país y el otro.

En el caso inglés, la insistencia en la libertad de conciencia y pensamiento dio lugar a toda una serie de propuestas intelectuales políticas “desde abajo” que llevaban al extremo de proponer una sociedad nueva basada en la propiedad común de los bienes y recursos (e incluso de las esposas, si nos focalizamos en los ranters). Estos programas ciertamente radicales no llegaron a asentarse nunca en el gobierno ni tuvieron posibilidades de ponerse en práctica, puesto que fueron reprimidos cuando amenazaron en la realidad concreta lo único que unía a toda la clase terrateniente (gentry) en un interés común: la propiedad privada (es el caso de los diggers o el de la purga del Ejército tras el debate Putney). Así, la revolución “desde abajo” no llegó a concretarse y quedo en ese estadio potencial.

En el caso francés, la misma modalidad de la revolución actuó como un límite a la posibilidad de un proyecto autónomo verdaderamente radical por parte de las masas: la cultura de la generalidad, la guerra y el nacionalismo, la “viveza” de los jacobinos en su talante más radical para aliarse con las masas urbanas y la creación del mito de sans-culottes para limitar el comportamiento adecuado de los sectores populares, demostraron cierto control “desde arriba” sobre las masas, control que no necesariamente era por la fuerza sino también ideológico. Pero la falta de un proyecto político autónomo claro de los sectores populares respondía también a que la exaltación de la nación como un todo impedía el desarrollo de una posición más clasista más allá de reclamos económicos puntuales. De todas formas, como dijimos, las masas sí fueron moldeando los acontecimientos y su participación resultó fundamental en la Revolución. Pero también será la Revolución misma la que moldeará a las masas. La Revolución “de arriba” se articuló entonces de forma dialéctica con la revolución “desde abajo”, otorgando a los sectores populares ciertas concesiones que, a la larga, los siguientes gobiernos eliminarían.


Lucía Gracey

Citas y Bibliografía Utilizada:

[1] Mencionaré este debate más adelante. Sin embargo, como dije, no es el foco de este trabajo discutir el iluminismo radical como corriente filosófica sino la radicalización de los sectores populares en los dos procesos estudiados. De todas formas, prefiero sostener la postura de Lilti al respecto, que critica la asociación forzada de la Revolución Francesa con el spinozismo, de talante ateísta, y sostiene que el jacobinismo sí es el reflejo más radical de dicho cuerpo de ideas.

[2] –si bien considero que el termino masas resulta anacrónico por su relación con la historia contemporánea, siguiendo a varios autores y en cuanto a la definición general del concepto, creo que resulta adecuado para mi hipótesis.

[3] Otra vez, veremos que no son realmente “proyectos” en ambos casos, al menos basándonos en la bibliografía utilizada para este trabajo. Sobre el “proyecto” inglés, el movimiento leveller y el texto de Winstanley es más conciso. Pero en el caso francés, no encontramos con tanta claridad un proyecto político definido, aunque sí veremos la importancia y la autonomía de estos sectores populares en la Revolución.

[4] Eric Hobsbawn. “La Revolución”, en Roy Porter (ed.), La revolución en la historia, Barcelona, Crítica, 1990

[5] Intentaré no abusar del uso del término “clase” puesto que considero que la conceptualización clásica del marxismo para clase social no resulta del todo adecuada en los contextos de ambas revoluciones, ya que el capitalismo como tal está en proceso de surgimiento y consolidación y aún no son tan definidas las fronteras entre una y otra; o más bien dividir esos mundos en dos clases sociales rígidas no daría cuenta de la diversidad de actores y sectores involucrados en la transición entre la sociedad feudal y la sociedad moderna. Sobre esto, autores como Robert Brenner, Theda Skocpol y Furet son bastante críticos y dan una explicación más acabada sobre el problema de clases/grupos sociales.

[6] WALZER, Michael. La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical, Buenos Aires, Katz, 2008 (1965), 32.

[7] Ibídem, op. Cit., p. 25.

[8] Ver BRENNER, Robert. Mercaderes y revolución. Transformación comercial, conflicto político y mercaderes de ultramar londinenses, 1550-1653, Madrid, Akal, 2011 (1993), epílogo, p 738.

[9] Ibídem, p. 753.

[10] Petition of Rights, 1628

[11] GIL PUJOL, Xavier. “Las Provincias Unidas (1581-1659). Las Islas Británicas (1603-1660)”, en Alfredo Floristán (coord.), Historia Moderna Universal, Barcelona, Ariel, 2011 (2002), p. 339.

[12] HILL, Christopher. El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la Revolución Inglesa del siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1983 (1972), p. 3.

[13] NMA de ahora en adelante.

[14] Gil Pujol, Op. Cit., p. 344.

[15] Brenner, R., Op. Cit., p. 755.

[16] Ibídem, pp. 768-769.

[17] Ibídem, p. 771.

[18] Por una cuestión de espacio, explico a continuación y en forma muy breve solo la participación de los levellers y los diggers, puesto que su programa político es más concreto. Sin embargo, los demás movimientos también sostienen una ideología radical al menos en el terreno religioso y, por supuesto, en sus implicancias sobre la sociedad. Los ranters son un claro ejemplo de este extremismo radical, puesto que trastocan incluso los valores de género y matrimonio tan arraigados a la sociedad de la época. Las prácticas “carnavalescas” y de “libertinaje sexual” que defienden son claramente símbolos de un extremismo sin precedentes. Sin embargo, los ranters no cuentan con una verdadera organización política y es probable que su estereotipo esté más bien forzado desde afuera ante el temor de una conspiración ranter.

[19] Hill, Christopher, Op. Cit., p. 4.

[20] Ibídem, p. 103.

[21] Ibídem, p. 110.

[22] The Putney Debates, octubre-noviembre de 1647.

[23] Gerrard Winstanley, The Law of Freedom in a Platform, or The True Magistracy Restored, 1652, p. 205.

[24] Gerrard Winstanley, Op.Cit,207.

[25] Ver Emmanuel-Joseph Sieyès, Qu'est-ce que le Tiers État?, 1789, capítulo I.

[26] Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social, 1762, libro I, capítulos VI-VII y libro II, capítulos I-IV., p. 42.

[27] Por ejemplo, en el artículo 5 la Declaración sostiene “La ley sólo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la sociedad.” En Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, 26 de agosto de 1789

[28] ROSANVALLON, Pierre. El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007 (2004), p. 56.

[29] FURET. François. “La Francia revolucionaria (1787-1791)” y “La Revolución Francesa y la guerra (1792-1799)”, en Louis Bergeron, François Furet y Reinhart Koselleck, La época de las revoluciones europeas 1780-1848, México, FCE, 1988 (1969), p. 32.

[30] Furet, Op. Cit., p. 26.

[31] Ibídem, p. 35.

[32] Ibídem, p. 33.

[33] Ibídem, p. 45.

[34] Ibídem, p. 55.

[35] TACKETT, Timothy. “Conspiracy Obsession in a Time of Revolution: French Elites and the Origins of the Terror, 1789-1792”, American Historical Review, 105:3 (2000), p. 16.

[36] Furet, Op. Cit., 56.

[37] BURSTIN, Haim. L’invention du sans-culotte. Regard sur le Paris révolutionnaire, Paris, Odile Jacob, 2005, capítulo II, p. 3.

[38] Ver Maximilien Robespierre, Opinion sur le jugement de Louis XVI (discurso pronunciado en la Convención el 3 de diciembre de 1792); Rapport sur les principes du gouvernement révolutionnaire (informe presentado a la Convención en nombre del Comité de Salud Pública, el 25 de diciembre de 1793).

[39] Sobre el mito del sans-culotte, ver Burstin, Op. Cit, p. 8.

[40] Burstin, Op. Cit., p.12.

[41] Rosanvallon, Op. Cit., pp. 57-58.

[42] Burstin, Op. Cit.

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