Lucha de calles: a 50 años del “Cordobazo”

Desde hace medio siglo, la insurrección popular que tuvo su epicentro en la capital cordobesa se ha constituído en un verdadero hito en la larga historia de las luchas obreras y populares de la Argentina moderna. Sucesora de grandes rebeliones, como las gestas anarquistas de principios de siglo XX, la “Semana Trágica” de 1919, la “Patagonia Rebelde” de 1920-1921 o el conflicto de La Forestal, la rebelión obrero-estudiantil de mayo de 1969 ha sido desde entonces un punto de referencia ineludible en la cultura política argentina, sirviendo como catalizador de un ciclo de puebladas que se extenderían a lo largo y ancho de nuestro país entre 1969 y 1972 bajo el sufijo “azo”: Tucumanazo, Mendozazo, Santiagueñazo, Viborazo, etc. Por otra parte, el “Cordobazo” representó un verdadero punto de inflexión en el derrotero de la autodenominada “Revolución Argentina”, erosionando la legitimidad de la Junta Militar encabezada por Juan Carlos Onganía, quien abandonaría su cargo al año siguiente.
Pero, ¿qué era lo que se disputaba hace 50 años en las calles de la ciudad mediterránea? En este artículo, intentaremos esbozar un recorrido histórico por los factores que desencadenaron el estallido popular cordobés, en el marco de un nuevo aniversario signado por el presente neoliberal.
La “Revolución Argentina”
El 28 de junio de 1966, la Junta Militar encabezada por Juan Carlos Onganía derrocó al gobierno del presidente constitucional Arturo Illia. La autodenominada “Revolución Argentina” se distanciaba de los anteriores golpes de Estado, declarando que “no se fijaban plazos, sino objetivos”, en lo que parecía ser una dictadura de larga duración. Sus premisas, basadas en la Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada por EE.UU en el marco de la Guerra Fría, se fundaban en la idea de que los “valores occidentales y cristianos” estaban siendo amenazados por un “enemigo interno”: las corrientes marxistas y comunistas. En este sentido, el gobierno militar prohibió la actividad de partidos políticos y persiguió opositores al régimen. Al mismo tiempo implementó dispositivos represivos como la intervención de sindicatos y universidades, cuya expresión más representativa fue “la noche de los bastones largos” y su consecuente “fuga de cerebros”.
En el plano económico, las directrices impulsadas por el Ministro Adalbert Krieger Vasena apuntaban a una modernización de la estructura productiva del país: promoción de la inversión de capital extranjera en detrimento de la industria nacional y baja en los “costos” salariales, que se fundaba en el eufemismo de la “racionalización” productiva.
Córdoba Capital, o "la Detroit argentina": un movimiento obrero en ascenso
En el contexto histórico nacional de la Gran Depresión, la provincia de Córdoba y particularmente su capital homónima habían experimentado el proceso de industrialización por sustitución de importaciones ante la necesidad de superación del agotado modelo agroexportador. Ya durante la década del ´50, la provincia mediterránea había experimentado una transformación tanto en su fisonomía demográfica como en su estructura productiva, lo que le valió el mote de “la Detroit argentina”. La radicación de empresas automotrices transnacionales como Ika-Renault y Fiat (Concord, Materfer y Grandes Motores Diesel), junto con la proliferación de diferentes talleres e industrias metalúrgicas satélites de autopartes e insumos que las abastecían, había provocado grandes flujos migratorios desde el interior de la provincia hacia la capital. Los nuevos contingentes de obreros jóvenes, muchos de los cuales no contaban con tradición sindical aunque sí eran de identidad política mayoritariamente peronista, fueron engrosando las filas del proletariado cordobés más experimentado.
El panorama obrero cordobés reflejaba tres modelos de organización sindical. De un lado, el SMATA -mecánicos automotrices- representaba el sindicato centralizado por industria, en sintonía con el modelo tradicional argentino. De otro, Luz y Fuerza -energía eléctrica- encarnaba un sindicalismo descentralizado en cuanto a su funcionamiento interno, manifestando una gran fluidez entre la dirigencia y sus bases. Finalmente, estaban los sindicatos de planta -como el SITRAC-, totalmente autónomos y que no adherían a la Confederación General del Trabajo (CGT), aunque sus conducciones eran aún dóciles instrumentos de la patronal. Las regionales cordobesas de los sindicatos SMATA y Luz y Fuerza nunca habían consumado su integración al Estado. En este sentido, fueron adquiriendo una creciente autonomía frente a sus propios organismos centrales, favorecida por el sistema de organización interna adoptado -comisiones internas, cuerpos de delegados- y por el tipo de relación ensayado con el sector empresario, donde las bases y sus distintas instancias deliberativas tenían una fuerte presencia tanto en la fábrica como en la estructura sindical.
Esta vertiente antiburocrática, antiporteñista y de carácter combativo, tuvo su mejor vehículo en la “CGT de los Argentinos”, una escisión dentro de la Confederación General del Trabajo que desde marzo de 1968 dio lugar al surgimiento de una central sindical alternativa. La nueva confederación era conducida a nivel nacional por el dirigente gráfico Raimundo Ongaro y en Córdoba se apoyaba sobre todo en la combatividad lucifuercista, que se oponía firmemente al sindicalismo “participacionista” de la “CGT Azopardo”, comandada por Augusto Timoteo Vandor.
Hacia un “mayo cordobés”: la organización obrero-estudiantil
El año 1969 había comenzado con un clima de tensión generalizada que se expresó en una serie de protestas contra el gobierno militar en el interior del país. En Corrientes, una protesta estudiantil en defensa del comedor universitario terminó en tragedia, cuando el 15 de mayo fue asesinado el estudiante Juan José Cabral, desencadenando una verdadera pueblada conocida como el “Correntinazo”. Al día siguiente, en Rosario, una movilización estudiantil en solidaridad con los episodios represivos correntinos tuvo un desenlace similar, cuando una bala policial se cobró la vida del estudiante Adolfo Bello. Cinco días más tarde, también en Rosario, fue asesinado por la policía Norberto Blanco, estudiante y obrero de sólo 15 años de edad, en el marco de una huelga regional de la CGT de los Argentinos que también se convertiría en otra pueblada: “el Rosariazo”.
En Córdoba, la cuna de la Reforma Universitaria de 1918, el enorme movimiento estudiantil de fuerte impronta católica que nucleaba a jóvenes del centro y norte del país, también había convocado a una huelga que, aunque fue violentamente reprimida, no impidió la toma, por parte de los estudiantes, del Barrio Alberdi el día 23 de mayo. Desde hacía un tiempo, el movimiento estudiantil cordobés había tendido puentes con la CGT de los Argentinos y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, corriente de la Iglesia Católica que predicaba la opción por los pobres. La solidaridad obrero-estudiantil que caracterizaría al “mayo cordobés” se venía gestando desde hacía un tiempo y se volvió inevitable ante las respuestas represivas del gobierno, que no hicieron más que estimularla.
El movimiento obrero, por su parte, venía desarrollando otro frente de conflicto con la dictadura, cuya expresión era el rechazo a la derogación de la ley de “sábado inglés”. Esta ley, promulgada en Córdoba en la década del ´30, establecía una pausa laboral, desde las 13 horas del sábado hasta las 14 horas del domingo, sin reducción de salario (se aseguraba así el pago de 48 horas por 44 de trabajo efectivo). Bajo el argumento de reducir los costos laborales y lograr un aumento de productividad, el 12 de mayo el gobierno de facto anunció la Ley 18.204, que establecía un régimen semanal de descanso uniforme en todo el país, aumentando en 4 horas la jornada laboral semanal de los trabajadores cordobeses. Este anuncio provocó un gran descontento entre los obreros, que se manifestó en una serie de huelgas y movilizaciones.
Por último, los metalúrgicos estaban en conflicto debido a las llamadas "quitas zonales", una facultad concedida por la dictadura a los empresarios para realizar, en algunas provincias, descuentos sobre el salario pactado en las convenciones colectivas nacionales.
En este escenario, Agustín Tosco, Secretario General de Luz y Fuerza y referente de la CGT de los Argentinos, junto a Elpidio Torres, Secretario General de la regional cordobesa del SMATA, perteneciente a la “CGT Azopardo”, confluyeron en una alianza estratégica para enfrentar conjuntamente los planes de la dictadura. Finalmente, también se sumó a la convocatoria Atilio López, combativo dirigente de la UTA -sindicato de transportes- y perteneciente a la CGT oficial. Los dirigentes de ambas centrales sindicales convocaron a un plenario de delegados para el 26 de mayo que resolvería la declaración de una huelga general provincial de 37 horas para los días 29 y 30 de mayo. Por otro lado, la Federación Universitaria de Córdoba, conducida por el dirigente del Partido Comunista Carlos Scrimini, decidió en asambleas de estudiantes plegarse a las medidas dispuestas por los trabajadores. El gobierno militar, por su parte, declaró ilegal las medidas de fuerza.
Lucha de calles: una capital sitiada
Por iniciativa de Tosco, la jornada del 29 de mayo se transformó en un paro activo con abandono de tareas y movilización hacia el centro de la ciudad. Los sindicatos cordobeses habían extendido la huelga general nacional convocada por la CGT vandorista para el día 30, efectivizando la medida de fuerza desde las 11 horas del 29 de mayo. Al principio, la jornada de protesta se desarrolló en un marco de organización. Desde el sur de la ciudad, la columna mayoritaria del SMATA -unos 4000 trabajadores- inició su recorrido en la planta IKA-Renault, desplazándose por la Avenida Vélez Sarsfield en sentido al centro de la capital. Por su parte, la columna de Luz y Fuerza -alrededor de 1000 obreros- comenzó su marcha desde el noroeste, en la intersección de Colón y General Paz, a la que se sumarían los contingentes estudiantiles de la Federación Universitaria de Córdoba que venían del Barrio Clínicas. El objetivo era llevar adelante un acto hacia el mediodía en la plaza Vélez Sarsfield. Pero, al encontrarse con las fuerzas policiales, lo que se había proyectado como una movilización organizada dio paso a una situación de violencia callejera con una dosis no menor de espontaneidad.
En las vísperas del “Cordobazo”, las organizaciones de SMATA y Luz y Fuerza se habían ocupado de preparar bombas molotov y de repartir hondas y “miguelitos” en caso de que se produjera un enfrentamiento con la policía. Por otro lado, la falta de requisa durante el abandono de las fábricas había posibilitado que los obreros se hicieran de todo tipo de elementos contundentes, como bulones y barras de acero.
También las mujeres se movilizaron en cantidades significativas y en varios sindicatos donde había delegadas mujeres promovieron la movilización, como en el sector bancario, el comercio, la administración pública, la industria del vidrio, la sección de cables para automóviles de ILASA -planta de fundición de aluminio-, o la industria del calzado -donde la mayoría de los delegados eran mujeres. A su vez, también estuvieron presentes en cantidades significativas en las columnas estudiantiles y en los barrios, donde existían "manzaneras", encargadas de organizar a los vecinos por manzana.
A las 11.30 horas se produjo el primer enfrentamiento con los efectivos federales frente al palacio Pizzurno. La represión con gases lacrimógenos no logró hacer retroceder a los manifestantes, quienes respondieron arrojando piedras y otros elementos. La represión policial sobre la columna de SMATA se cobró la vida del primer mártir de la rebelión cordobesa: el delegado de IKA-Renault Máximo Mena. Ante ese episodio, la indignación corrió como un reguero de pólvora por las calles cordobesas, convirtiendo la movilización en una verdadera insurrección popular. Los comerciantes y empleados del centro de la ciudad se plegaron a la protesta, aportando todo tipo de elementos con los cuales los manifestantes comenzaron a construir barricadas, mientras edificios públicos y oficinas de empresas extranjeras como Xerox y Citroën eran incendiados. Las fuerzas policiales y federales se mostraban estériles frente a la combatividad obrero-estudiantil. Asimismo, la caballería reveló su inoperancia cuando las bolitas de los rulemanes arrojadas por los huelguistas hicieron caer a los caballos de la montada. Pasado el mediodía, las calles de la ciudad eran territorio sitiado por los manifestantes. Comenzada la tarde, la policía, que había agotado sus gases lacrimógenos y municiones, se vio obligada a retirarse, mientras asistía atónita a la toma de la ciudad por parte de una multitud enardecida.
Alrededor de las 17 horas, tropas del Tercer Cuerpo del Ejército y Gendarmería avanzaron sobre el centro de la ciudad, trasladando el conflicto desde el casco histórico hacia los barrios periféricos, como el Clínicas, donde los estudiantes y vecinos resistieron valientemente. El testimonio de general Sánchez Lahoz, comandante del Tercer Cuerpo, graficaría días después la situación: “me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas”. Llegada la noche, ante el anuncio del toque de queda por parte del Ejército, obreros de Luz y Fuerza producirían un apagón, dificultando el operativo de las “fuerzas del orden”.
Luego de dos días de disturbios y varias decenas de muertos, el Ejército logró finalmente hacerse con el control de la ciudad. Fueron allanados los locales sindicales de SMATA, Luz y Fuerza y UTA y apresados sus dirigentes. Un Consejo de Guerra condenó a Agustín Tosco a ocho años y medio de prisión y a Elpidio Torres a la pena de cuatro años y ocho meses. Pero estas respuestas represivas no marcarían el fin de la conflictividad social cordobesa sino el comienzo de una tradición clasista dentro del movimiento obrero que se radicalizará en los años siguientes, adoptando posiciones aún más combativas y desarrollando una serie de puebladas tanto en Córdoba, donde en marzo de 1971 tendrá lugar el “Viborazo”, como en el resto del país.
Martín Rosende
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(Mayo 2019-Nº35)
En nuestro trigésimo quinto número de la Revista Histórica de Huellas de la Historia nos proponemos abordar el CORDOBAZO como la máxima expresión de la lucha de clases en los años `60 a partir de cumplirse cincuenta años de aquellas jornadas de mayo.