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Omer Freixa

Haití: memorias de esclavitud


El 23 de agosto se conmemora, desde 1998 y a instancias de la UNESCO, el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición, para recordar uno de los delitos más grandes de la historia humana, la Gran Trata Atlántica, responsable del desarraigo y la esclavización de buena parte de África. Recién fue reconocida como un delito en 2001. Si bien las cifras entre los historiadores discrepan, de unos 20 millones de africanos de su territorio ancestral se estima que la mitad murió durante la travesía en el océano (y también antes y después), en lo que se denominó el “pasaje medio”. Este negocio tan redituable se extendió, en líneas generales, desde el siglo XVI hasta avanzado el siglo XIX, si bien Dinamarca fue la primera en abolirlo (1802) e Inglaterra lo hizo en 1807. Más tarde acompañaron la decisión otras naciones europeas también involucradas en el tráfico. Las riquezas acumuladas gracias a esta infame actividad posibilitaron el surgimiento, entre otros, del capitalismo industrial a finales del siglo XVIII. Los esclavos africanos y sus descendientes en las Américas construyeron un verdadero Nuevo Mundo. En Haití, una de las tierras americanas en donde la población africana y/o afrodescendiente fue mayoría (compone hoy el 95% de su demografía), tuvo lugar la primera revolución negra, invisibilizada en los libros de historia, al contrario de lo ocurrido con revoluciones paradigmáticas como la Americana (la independencia de los Estados Unidos) y la Francesa. Sin embargo, para un autor muy reconocido, la Revolución Haitiana (1791-1804) fue la primera vez que los caribeños tomaron conciencia de sí mismos. Contexto histórico La efeméride indicada al comienzo tuvo lugar en Haití, la antigua Saint-Domingue antes de 1804, año de su independencia de la metrópoli francesa. Entre la noche del 22 de agosto de 1791 y la madrugada siguiente tuvo lugar el inicio de un levantamiento masivo, organizado por la mayoría esclava y cuyo fin era determinante: exterminar a los blancos (en buena medida, la clase propietaria de las plantaciones) y apoderarse de la colonia. Esa noche, al compás del ritual vudú, el cual hoy continúa siendo homologado -sin conocimiento de causa- a la superchería y el salvajismo, y bajo la égida de Boukman, uno de los conspirados, un alto sacerdote, comenzó el proceso que condujo a la segunda emancipación americana y la primera de América Latina, el 1º de enero de 1804, que implicó asimismo el final de la esclavitud en esa porción de la isla. Boukman, junto a los alzados, esa noche profirió una oración y un juramento para enfervorizarlos. En parte de la misma recitó: “El dios que es bueno para nosotros nos ordena que venguemos nuestros agravios. Dirigirá nuestros brazos y nos ayudará. Boten el símbolo del dios de los blancos que tanto nos ha hecho llorar, y escuchen la voz de la libertad, que nos habla en el corazón de todos nosotros”. Con semejante afán los negros se lanzaron a destruir las plantaciones, sabían que de lo contrario su destino sería trabajar en éstas, sin pausa, hasta la muerte. En el frenesí mataron a todos los blancos, excepto a los pocos que pudieron huir y a mujeres, niños y algunos sacerdotes. De modo que esta colonia a los pocos días quedó prácticamente despoblada de blancos. A su vez, tal furia irradió este levantamiento que el precedente haitiano sirvió para causar temores ante los propietarios en cualquier lugar de América en donde hubieran esclavos, inclusive varios años más tarde de finalizada la convulsión en la ex Saint-Domingue. Si bien Boukman fue un pionero, el líder indiscutido de esta Revolución fue un liberto, muy por encima del promedio de los esclavos a nivel intelectual, instruido y ya viejo, de 45 años, Toussaint Louverture, quien había efectuado varias lecturas. Tal vez marcó su destino una de éstas, la del Abate Raynal, La historia filosófica y política de los asentamientos y el comercio de de los europeos en las dos Indias. Este autor francés inspirador clamó pocos años antes de la toma de la Bastilla por una revolución esclava que finalizara el oprobio esclavista. Planteó que ya existían dos colonias de esclavos fugitivos y que solo faltaba un jefe valiente que diera un paso más. El futuro líder haitiano se sintió movilizado por esa invocación y supo que podía ser mucho más que un buen líder. Su accionar y el de muchos otros que lo acompañaron (como Jean-Jacques Dessalines, su segundo al mando quien lo sucedió tras su muerte en el presidio francés y se convirtió en el primer gobernante de la nación independiente) cambió para siempre el destino de millones de hombres y anunció el principio del fin de la Trata esclavista. El ímpetu de la Revolución Haitiana se convirtió en un vendaval que puso en jaque el edificio esclavista con que fue cimentada la América colonial, comenzando por esa misma tierra que tras su independencia se rebautizó “Haití” (tierra montañosa, en uno de los idiomas de los extintos nativos). Haití hoy Desde 1804 quedó constituida la nueva República, la primera negra del mundo. Sin embargo, el hecho de que haya sido creada por descendientes de africanos funciona como una suerte de estigma en la actualidad. Su Revolución, por ser obra de negros, resulta silenciada en el relato histórico de Occidente y, sin embargo, sirvió postreramente como inspiración para los movimientos independentistas iberoamericanos. En cambio, todo lo anterior queda en un muy segundo plano puesto que Haití recibe el desprecio de muchos habitantes de la vecina República Dominicana, ex colonia española, cuyo índice de desarrollo humano no es el mejor de la región pero a toda luz supera a la ex colonia francesa, el país más pobre del hemisferio occidental. En efecto, Haití nació con las arcas vacías y el panorama se complicó aún más desde 1825, cuando Francia reconoció su independencia con la condición de imponer una indemnización por las desgracias de sus colonos en el pasado. Actualmente el 80% de los haitianos vive debajo de la línea de pobreza y, en buena medida, todavía sufre las consecuencias del fatídico terremoto de enero de 2010 (como la destrucción de hogares no recuperados). Por todo ello y más se ve obligada al exilio.

Con numerosos antecedentes negativos en las relaciones bilaterales (como un largo paréntesis de ocupación haitiana en el siglo XIX, o lo que se llamó la “masacre del perejil”, en 1937) no resulta llamativo que el estereotipo actual en Dominicana sobre el vecino sea casi siempre denigrante, estigmatizado como negro y extranjero. Se estima que allí viven más de un millón de haitianos en condición de ilegales, siendo el 87% de los inmigrantes en la ex colonia española. La cuestión inmigratoria siempre tensó las relaciones pero el flujo actual incesante desde el otro lado de la isla ha provocado una crisis inmigratoria. En consecuencia, el gobierno dominicano se vio obligado desde hace semanas a regularizar la situación de muchos ilegales so pena de deportación. En consecuencia, más de 250.000 indocumentados se acogieron al beneficio, en su mayoría haitianos pero muchos otros han decidido emigrar voluntariamente a la vez que otros fueron expulsados por la fuerza. Paradójicamente, el país huésped se resiente puesto que el 70% de la mano de obra agrícola es población del país vecino. Finalmente, el riesgo de paralización de las cosechas es una gran amenaza si continúan los éxodos.


Omer Freixa.

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